El
contexto social actual requiere de una educación vanguardista con un personal
docente capaz de promulgar y modelar los más altos estándares éticos y
morales. En ese sentido, la formación
del docente debe estar enmarcada en este argumento para así desarrollar líderes
que aspiren a ser verdaderos agentes de cambio.
Es importante reconocer que los valores son influenciados, según Izarra
(2006), por cinco elementos: el ambiente
físico; el ambiente cultural; el medio social; el conjunto de necesidades, las
expectativas, las aspiraciones y posibilidades de cumplirlas; y el tiempo y espacio
de la situación. Por ende, es indispensable
una formación ética para lograr entornos educativos que puedan transformar las
comunidades.
Wesley (2009) en su artículo “Back to the Future: How and Why to Revive
the Teachers College Tradition” plantea que la profesión docente ha
disminuido su tradicional filosofía moral.
El autor expone que la pobre formación moral en el educador ha
influenciado para tal deterioro. Wesley
(2009) presenta tres postulados para regresar a los aspectos tradicionales en
el docente: el entendimiento del pasado;
el futuro de la profesión docente depende de la reparación de los fundamentos
morales; y el planteamiento de demostrar cómo la profesión docente resurge a
través de la escuela, hogar y comunidad.
De igual manera, el autor expresa que se debe utilizar el conocimiento
adquirido para elevar la importancia de la formación docente. Asimismo, el artículo plantea que las
universidades no han cumplido con los objetivos de formación de los docentes
para las que fueron creadas. En ese aspecto,
el autor resalta la importancia de tener un plan de estudios de alta calidad
que debe integrar lo que se debe enseñar y cómo se debe enseñar. Wesley (2009) concluye que es necesario crear
en los docentes líderes de las comunidades construyendo relaciones en dos
direcciones: hacia el exterior de las
escuelas; y hacia adentro con la facultad y administradores.
Un
liderazgo efectivo en el entorno escolar está enmarcado en un código de
ética. Martino & Naval (2013)
establecen que “los profesores necesitan una ética profesional que aborde el
papel que se les asigna socialmente como transmisores de conocimientos y
cultura, así como suscitadores de personas críticas, con curiosidad
intelectual, honestidad, entre otras”.
(p. 161) En Puerto Rico y Estados
Unidos la función docente está regida por códigos de éticas y estándares
profesionales que establecen las aspiraciones de sus sistemas educativos. Para el sistema educativo norteamericano es
indispensable: el mérito y la dignidad
de cada persona; la búsqueda de la verdad; aspirar a la excelencia; adquirir
conocimiento; disciplina de una ciudadanía democrática. De igual manera, el interés principal del
educador es el desarrollo del estudiante.
Asimismo, el docente debe tener un crecimiento profesional, ejercer un
buen juicio y mantener una integridad profesional. Por su parte, en Puerto Rico el código de
ética está reconocido por los estándares profesionales que rigen la función
docente. El sistema educativo puertorriqueño
establece que sus educadores: conozcan
la asignatura que están ofreciendo; demuestren conocimiento pedagógico;
utilicen estrategias instruccionales innovadoras; creen verdaderos ambientes de
aprendizajes; propicien un proceso de evaluación y assessment adecuado;
mantengan una comunicación y lenguaje efectivo; respeten la diversidad y
necesidades especiales; integren la tecnología; mantengan una relación con la
familia y la comunidad; y un desarrollo profesional constante.
El
educador tiene una responsabilidad de relevancia a través del desarrollo
integral del alumno. Wesley (2009)
plantea la necesidad de otorgar las herramientas necesarias hacia la formación
del docente y así capacitarlo para atender una sociedad matizada por los
constantes cambios. Martino & Naval
(2013) plantean que “el hombre íntegro, entero, no es
un conglomerado de actividades diversas sino un ser capaz de poner su propio
sello personal en las diferentes manifestaciones de su vida”. (p. 167)
Para lograr esa aspiración, el profesional docente debe difundir altos
estándares éticos y modelar valores morales en su quehacer diario. En ese sentido, Prieto (2007) expone que “los
docentes y las docentes están obligados a actuar éticamente siempre. Lo único
que se determina, entonces, permanentemente en todo proceso educativo es la
eticidad o moralidad”. (p. 4)
En el
artículo de Wesley (2009) se pueden identificar dos controversias. En primer lugar, utilizar un proceso de
evaluación inadecuado podría generar grandes polémicas educativas en los
entornos escolares. El maestro debe
utilizar procesos evaluativos con sus estudiantes que representen verdaderos valores
éticos del quehacer educativo y ejerzan buen juicio e integridad
profesional. Sin dudas, un proceso de
evaluación adecuado le permite al educador una retroalimentación que conduce al
éxito educativo. Otra controversia que
se puede desprender del artículo es la falta de una formación en valores para
el educador. Ciertamente, es el docente
el actor principal en el desarrollo y ejecución del currículo. En consecuencia, su desempeño debe estar
enmarcado en una conducta ética intachable y la promoción de valores
morales. Ochoa & Peiró (2012)
exponen que la formación de los docentes es fundamental, pues son ellos quienes
a través de su práctica cotidiana ponen en marcha o no los cambios en el
currículo, deciden, piensan y sienten en las diversas situaciones de la
enseñanza.
La
educación está basada en distintas teorías educativas y ha ido evolucionando en
su función social en el desarrollo de las capacidades del ser humano. Kohlberg (1992) estableció la teoría de desarrollo
moral. El teórico expone que es
importante conocer cómo el individuo razona ante situaciones morales y la
necesidad de establecer etapas durante su aprendizaje que vayan reformulando su
percepción de dichas situaciones. Explica
además que, uno de los tipos de currículo es el implícito. Este tipo de currículo plantea que existe una
integración de las relaciones sociales en el salón y la escuela con las
actitudes, valores, formas de pensar y el comportamiento. Dicha integración constituye un parte
fundamental del aprendizaje. En relación
a estos dos principios, la teoría de desarrollo moral y el currículo implícito,
es necesario destacar la importancia de tener docentes que modelen una ética
educativa, profesional y personal. De
esta manera, desarrollamos en el alumnado las capacidades morales que
garanticen su desempeño en la sociedad.
Ciertamente,
el mundo actual precisa de seres humanos íntegros. El entorno escolar tiene el compromiso cada
vez mayor de no tan sólo proveer conocimientos, sino fomentar los valores en el
proceso de enseñanza aprendizaje. Una
sociedad vanguardista es aquella cuyos ciudadanos modelen valores
supremos: justicia, respeto, civismo,
solidaridad, bondad, entre otros. En ese
sentido, el profesional docente es fundamental para lograr esa aspiración. La postura ética debe ser constante y
coherente para provocar cambios significativos y un ambiente educativo de
calidad. Por ende, el planteamiento del
artículo de Wesley (2009) sobre la importancia que la educación regrese a su
filosofía moral tradicional es correcto.
De igual manera, la formación del educador es determinante para lograr
una educación que aspire a lograr los más altos principios éticos y morales en
el ser humano. Prieto (2007) plantea
que:
“La
función del docente además de enseñar, debe ser la de inducir a sus estudiantes
a la vida moral. Hacerlo con mayor eficacia conduce a suponer que este
profesional está en actitud de respetar la personalidad del educando. Las
instituciones de formación y actualización de docentes tienen la
responsabilidad de prepararlos con el mayor rigor posible en el área
filosófica, tomando en cuenta el estudio de las diversas concepciones acerca
del ser del hombre y de la mujer, concepciones en las cuales descansan,
a su vez, las respuestas éticas”. (p. 5)
La
educación, la ética y la moral están estrechamente relacionados. Sin dudas, el ser humano tiene su primera
formación ética y moral en su hogar. Sin
embargo, el exponente entiende que a medida que el individuo va acumulando
experiencias durante su desarrollo y crecimiento, se va reformando moral y
éticamente. Por esta razón, el entorno
escolar es fundamental para el desarrollo integral del alumnado. Izarra (2006) expone que:
“Se
reconoce que parte de la formación de los valores fundamentales ocurre durante
la infancia y al abrigo de la familia, pero ésta se prolonga a lo largo de toda
la vida, de allí que en su formación juega un papel de primera importancia la
educación formal (básica, media diversificada y profesional e incluso más allá)
y por consiguiente, puede afirmarse que la adquisición de los valores es un
proceso que abarca una porción considerable de la vida de los individuos”. (p. 15)
Asimismo, la ética profesional docente comprende una revisión
interna y un proceso de crecimiento a lo largo de la vida. De esta forma, se logra reforzar los
principios en los alumnos, la integración social y la formación integral de los
ciudadanos. Para Martino & Naval
(2013) los entornos escolares deben desarrollar:
“…la integración social de todos los alumnos, el
fortalecimiento de vínculos de amistad, el respeto a las diferencias y a los
alumnos débiles, el cuidado de la alfabetización emocional, la participación de
los alumnos en las actividades escolares, el aprendizaje a través de formas de
cooperación entre iguales, el apoyo de los alumnos más aventajados a los que
tienen dificultades de aprendizaje, la defensa de la paz, del medio ambiente y
de la igualdad de las personas sea cual sea su religión, raza, etnia, cultura,
origen, sexo, etc. También, en este sentido cobran importancia determinadas
actividades de trabajo comunitario, como elementos necesarios para construir
comunidades escolares basadas en la responsabilidad y en el comportamiento
solidario”. (p. 167)
Referencias
Izarra, D.
(2006). Ética en la formación
docente. Laurus. 12(21). 9-22.
Recuperado de
http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=76102102
Martino,
S. & Naval, C. (2013). La formación ética y cívica en la
universidad: el papel
de los docentes. Edetania. 43.
161-186. Recuperado de dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4406440.pdf
Ochoa,
A. & Peiró, S. (2012). El quehacer docente y la educación en
valores. Tesi.
13(3).28-48. Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=201024652002
Prieto,
A. (2007). El profesorado universitario: su formación como modelo de
actuación ética para la
vida en convivencia. Actividades investigativas en
educación. 7(2). 1-20. Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=44770202
Wesley, N.
(2009). Back to the Future: How
and Why to Revive the Teachers College
Tradition. Journal of Teacher Education. 60(5). 443-449.
Recuperado de
http://itec.macam.ac.il/portal/ArticlePage.aspx?id=1624