viernes, 29 de enero de 2016

La importancia de la ética en la educación

Por Heriberto Rodríguez Adorno

El contexto social actual requiere de una educación vanguardista con un personal docente capaz de promulgar y modelar los más altos estándares éticos y morales.  En ese sentido, la formación del docente debe estar enmarcada en este argumento para así desarrollar líderes que aspiren a ser verdaderos agentes de cambio.  Es importante reconocer que los valores son influenciados, según Izarra (2006), por cinco elementos:  el ambiente físico;  el ambiente cultural;  el medio social; el conjunto de necesidades, las expectativas, las aspiraciones y posibilidades de cumplirlas; y el tiempo y espacio de la situación.  Por ende, es indispensable una formación ética para lograr entornos educativos que puedan transformar las comunidades.
            Wesley (2009) en su artículo “Back to the Future: How and Why to Revive the Teachers College Tradition” plantea que la profesión docente ha disminuido su tradicional filosofía moral.  El autor expone que la pobre formación moral en el educador ha influenciado para tal deterioro.  Wesley (2009) presenta tres postulados para regresar a los aspectos tradicionales en el docente:  el entendimiento del pasado; el futuro de la profesión docente depende de la reparación de los fundamentos morales; y el planteamiento de demostrar cómo la profesión docente resurge a través de la escuela, hogar y comunidad.  De igual manera, el autor expresa que se debe utilizar el conocimiento adquirido para elevar la importancia de la formación docente.  Asimismo, el artículo plantea que las universidades no han cumplido con los objetivos de formación de los docentes para las que fueron creadas.  En ese aspecto, el autor resalta la importancia de tener un plan de estudios de alta calidad que debe integrar lo que se debe enseñar y cómo se debe enseñar.  Wesley (2009) concluye que es necesario crear en los docentes líderes de las comunidades construyendo relaciones en dos direcciones:  hacia el exterior de las escuelas; y hacia adentro con la facultad y administradores.
            Un liderazgo efectivo en el entorno escolar está enmarcado en un código de ética.  Martino & Naval (2013) establecen que “los profesores necesitan una ética profesional que aborde el papel que se les asigna socialmente como transmisores de conocimientos y cultura, así como suscitadores de personas críticas, con curiosidad intelectual, honestidad, entre otras”.  (p. 161)  En Puerto Rico y Estados Unidos la función docente está regida por códigos de éticas y estándares profesionales que establecen las aspiraciones de sus sistemas educativos.  Para el sistema educativo norteamericano es indispensable:  el mérito y la dignidad de cada persona; la búsqueda de la verdad; aspirar a la excelencia; adquirir conocimiento; disciplina de una ciudadanía democrática.  De igual manera, el interés principal del educador es el desarrollo del estudiante.  Asimismo, el docente debe tener un crecimiento profesional, ejercer un buen juicio y mantener una integridad profesional.  Por su parte, en Puerto Rico el código de ética está reconocido por los estándares profesionales que rigen la función docente.  El sistema educativo puertorriqueño establece que sus educadores:  conozcan la asignatura que están ofreciendo; demuestren conocimiento pedagógico; utilicen estrategias instruccionales innovadoras; creen verdaderos ambientes de aprendizajes; propicien un proceso de evaluación y assessment adecuado; mantengan una comunicación y lenguaje efectivo; respeten la diversidad y necesidades especiales; integren la tecnología; mantengan una relación con la familia y la comunidad; y un desarrollo profesional constante.
            El educador tiene una responsabilidad de relevancia a través del desarrollo integral del alumno.  Wesley (2009) plantea la necesidad de otorgar las herramientas necesarias hacia la formación del docente y así capacitarlo para atender una sociedad matizada por los constantes cambios.  Martino & Naval (2013) plantean que “el hombre íntegro, entero, no es un conglomerado de actividades diversas sino un ser capaz de poner su propio sello personal en las diferentes manifestaciones de su vida”.  (p. 167)  Para lograr esa aspiración, el profesional docente debe difundir altos estándares éticos y modelar valores morales en su quehacer diario.  En ese sentido, Prieto (2007) expone que “los docentes y las docentes están obligados a actuar éticamente siempre. Lo único que se determina, entonces, permanentemente en todo proceso educativo es la eticidad o moralidad”.  (p. 4)
            En el artículo de Wesley (2009) se pueden identificar dos controversias.  En primer lugar, utilizar un proceso de evaluación inadecuado podría generar grandes polémicas educativas en los entornos escolares.  El maestro debe utilizar procesos evaluativos con sus estudiantes que representen verdaderos valores éticos del quehacer educativo y ejerzan buen juicio e integridad profesional.   Sin dudas, un proceso de evaluación adecuado le permite al educador una retroalimentación que conduce al éxito educativo.  Otra controversia que se puede desprender del artículo es la falta de una formación en valores para el educador.  Ciertamente, es el docente el actor principal en el desarrollo y ejecución del currículo.  En consecuencia, su desempeño debe estar enmarcado en una conducta ética intachable y la promoción de valores morales.  Ochoa & Peiró (2012) exponen que la formación de los docentes es fundamental, pues son ellos quienes a través de su práctica cotidiana ponen en marcha o no los cambios en el currículo, deciden, piensan y sienten en las diversas situaciones de la enseñanza.
            La educación está basada en distintas teorías educativas y ha ido evolucionando en su función social en el desarrollo de las capacidades del ser humano.  Kohlberg (1992) estableció la teoría de desarrollo moral.  El teórico expone que es importante conocer cómo el individuo razona ante situaciones morales y la necesidad de establecer etapas durante su aprendizaje que vayan reformulando su percepción de dichas situaciones.  Explica además que, uno de los tipos de currículo es el implícito.  Este tipo de currículo plantea que existe una integración de las relaciones sociales en el salón y la escuela con las actitudes, valores, formas de pensar y el comportamiento.  Dicha integración constituye un parte fundamental del aprendizaje.  En relación a estos dos principios, la teoría de desarrollo moral y el currículo implícito, es necesario destacar la importancia de tener docentes que modelen una ética educativa, profesional y personal.  De esta manera, desarrollamos en el alumnado las capacidades morales que garanticen su desempeño en la sociedad.
            Ciertamente, el mundo actual precisa de seres humanos íntegros.  El entorno escolar tiene el compromiso cada vez mayor de no tan sólo proveer conocimientos, sino fomentar los valores en el proceso de enseñanza aprendizaje.  Una sociedad vanguardista es aquella cuyos ciudadanos modelen valores supremos:  justicia, respeto, civismo, solidaridad, bondad, entre otros.  En ese sentido, el profesional docente es fundamental para lograr esa aspiración.  La postura ética debe ser constante y coherente para provocar cambios significativos y un ambiente educativo de calidad.  Por ende, el planteamiento del artículo de Wesley (2009) sobre la importancia que la educación regrese a su filosofía moral tradicional es correcto.  De igual manera, la formación del educador es determinante para lograr una educación que aspire a lograr los más altos principios éticos y morales en el ser humano.  Prieto (2007) plantea que: 
“La función del docente además de enseñar, debe ser la de inducir a sus estudiantes a la vida moral. Hacerlo con mayor eficacia conduce a suponer que este profesional está en actitud de respetar la personalidad del educando. Las instituciones de formación y actualización de docentes tienen la responsabilidad de prepararlos con el mayor rigor posible en el área filosófica, tomando en cuenta el estudio de las diversas concepciones acerca del ser del hombre y de la mujer, concepciones en las cuales descansan, a su vez, las respuestas éticas”.  (p. 5)
            La educación, la ética y la moral están estrechamente relacionados.  Sin dudas, el ser humano tiene su primera formación ética y moral en su hogar.  Sin embargo, el exponente entiende que a medida que el individuo va acumulando experiencias durante su desarrollo y crecimiento, se va reformando moral y éticamente.  Por esta razón, el entorno escolar es fundamental para el desarrollo integral del alumnado.  Izarra (2006) expone que: 
“Se reconoce que parte de la formación de los valores fundamentales ocurre durante la infancia y al abrigo de la familia, pero ésta se prolonga a lo largo de toda la vida, de allí que en su formación juega un papel de primera importancia la educación formal (básica, media diversificada y profesional e incluso más allá) y por consiguiente, puede afirmarse que la adquisición de los valores es un proceso que abarca una porción considerable de la vida de los individuos”.  (p. 15)
Asimismo, la ética profesional docente comprende una revisión interna y un proceso de crecimiento a lo largo de la vida.  De esta forma, se logra reforzar los principios en los alumnos, la integración social y la formación integral de los ciudadanos.  Para Martino & Naval (2013) los entornos escolares deben desarrollar:
“…la integración social de todos los alumnos, el fortalecimiento de vínculos de amistad, el respeto a las diferencias y a los alumnos débiles, el cuidado de la alfabetización emocional, la participación de los alumnos en las actividades escolares, el aprendizaje a través de formas de cooperación entre iguales, el apoyo de los alumnos más aventajados a los que tienen dificultades de aprendizaje, la defensa de la paz, del medio ambiente y de la igualdad de las personas sea cual sea su religión, raza, etnia, cultura, origen, sexo, etc. También, en este sentido cobran importancia determinadas actividades de trabajo comunitario, como elementos necesarios para construir comunidades escolares basadas en la responsabilidad y en el comportamiento solidario”.  (p. 167)

 Referencias
Izarra, D.  (2006).  Ética en la formación docente.  Laurus.  12(21).  9-22.  Recuperado de
            http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=76102102
Martino, S. & Naval, C.  (2013).  La formación ética y cívica en la universidad:  el papel
de los docentes.  Edetania.  43.  161-186.  Recuperado de dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/4406440.pdf
Ochoa, A. & Peiró, S.  (2012).  El quehacer docente y la educación en valores.  Tesi. 
13(3).28-48.  Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=201024652002
Prieto, A.  (2007).  El profesorado universitario:  su formación como modelo de
actuación ética para la vida en convivencia.  Actividades investigativas en educación.  7(2). 1-20.  Recuperado de http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=44770202
Wesley, N.  (2009).  Back to the Future: How and Why to Revive the Teachers College
Tradition.  Journal of Teacher Education.  60(5).  443-449.  Recuperado de  http://itec.macam.ac.il/portal/ArticlePage.aspx?id=1624


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